El grito de los renegados
Nuestras camisetas para llegar como contingente homogéneo a la CND estuvieron listas hasta muy tarde, así que llegamos al Zócalo rayando el caballo. Por suerte, quedamos del lado del balcón donde Alejandro Encinas daría el Grito. Si se fijan, ahí, en el balcón embanderado verán la campana michoacana que el Peje donó a la ciudad y que anunció jubilosa nuestra recuperación de esta festividad.
Fue gente como nosotros, gente de trabajo, gente de a pie la que escuchó el llamado del cura Hidalgo y acudió a apoyarlo sin condiciones. Se hubiera sentido muy a gusto entre nosotros. El lenguaje le habría parecido quizá incomprensible, pero no el sentimiento.
Volteando con trabajos --la multitud estaba bien compacta-- alcanzábamos a ver en la pantalla monumental a Encinas escoltado por bomberos. La gente empezó a aplaudirles y a echar porras. Pero cuando asomó la reseca cara de Abascal en automático le empezaron a gritar "¡Fuera, fuera!, culero", hasta que se le dejó de ver en la pantalla.
Por el contrario, cada que Encinas o Doña Rosario Ibarra aparecían la gente aplaudía, echaba porras, silbaba, gritaba, tocaba trompetas y manifestaba como podía su apoyo y agradecimiento, especialmente ahora que la honestidad intelectual y moral escasean tanto. Terminados los ¡Vivas! a los héroes y heroínas de la Patria se empezó a escuchar el "¡Es un honor estar con Obrador!", para que quedara bien claro quién era el triunfador de la noche.
Empezó el espectáculo de fuegos artificiales y el desfile de adornos nacionales de todo tipo: sombreros, paliacates, pelucas tricolores y hasta el valiente que se adornó toda la cabeza con los colores patrios. No faltaron tampoco algunas pancartas en las que se hacía mención al movimiento o se condenaba el fraude.
Eli divisó a Julio Hernández y le fue a pedir una foto a nombre del CEN del Balalaika. Julio accedió y un emprendedor fotógrafo callejero se apersonó con su Polaroid e hizo el gran negocio cobrando las fotos a treinta pesos. Julio, divertido, lo dejaba hacer, a pesar de que no le dió comisión, como reclamábamos nosotras. Luego, luego se nota la gente inteligente de verdad, porque suele ser sencilla y no se marea ni aunque le demos tratamiento de superstar.
Estábamos tan divertidos que ni el peligro de casarnos con viudos nos espantó a la hora que empezaron a barrernos los pies. Nos quedamos un buen rato viendo la maniobra del descendimiento de la campana, el desmontaje del templete del Peje y casi nada más faltó que Encinas mandara apagar las luces del Zócalo, como hacen en los bares cuando es hora de cerrar para que nos diéramos por aludidos y nos fuéramos a cenar pozole en la madrugada.
Cero y van dos...
1 comment:
Pendejo Bascal (sí, de basca); nomás fue a que le mentaran la madre.
Bueno, si lo hizo con esa intención: ¡Gracias, Sr. Secretario!
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