Los tiempos son oscuros, las costumbres corruptas y hasta el derecho a la crítica, cuando no lo ahogan medidas de censura, está expuesto al furor popular.
UMBERTO ECO

2006/12/31

La muerte de Saddam


Después de dos semanas de holganza debería escribir acerca de los que (no) está sucediendo en México. Pero me es imposible evadir el tema. Se supone que con la muerte por ahorcamiento de Saddam Hussein se le ha hecho justicia a sus víctimas y que no se trata de un mero acto de venganza facciosa.

Pero resulta que hasta los propios asesores estadounidenses del tribunal iraquí han manifestado sus reservas ante un juicio chapucero y torpe, en el que se impuso la nueva visión estadounidense de la legalidad, la justicia y el Estado de Derecho como botín de los triunfadores.

Les urgía colgarlo antes del 2 de enero, para que un Congreso dominado por los demócratas no revisara el proceso y pusiera de manifiesto la abierta complicidad de personajes como Donald Rumsfeld en la represión a los chíitas, a los que se consideraba aliados naturales de un Irán desafiante, que formaba parte del Eje del Mal. Les urgía deshacerse de él antes que los nuevos reveses militares empujen la decisión de retirar a los tropas de lo que se ha convertido en su nuevo Vietnam. Les urgía borrarlo del mapa y fomentar la guerra civil que permita proseguir con el plan de crear tres naciones independientes, especialmente si en la zona kurda queda la mayor parte del petróleo.

Que Saddam era un tirano, ¿quién lo duda?. Por eso mismo debió haber sido entregado a la Corte Penal Internacional para que lo juzgara como a Milosevic o a los culpables de los crímenes en Rwanda o Sierra Leona. Sólo habían dos problemas: primero, la CPI no aplica pena de muerte, como ocurre ya con todos los países civilizados de la Tierra y segundo, Estados Unidos está contra la CPI, pues algún día podría obligar a algunos de sus gobernantes a responder por los crímenes de lesa humanidad que cometen con frecuencia.

Así, prefierieron montar un tribunal faccioso y politizado en el que la pena estaba decretada de antemano. Y por eso mismo, en vez de que la muerte de Saddam apacigue en algo los ánimos caldeados sólo logrará alentar a los resistentes porque, además de todo, y como reconoce el mismo New York Times, se murió con la cabeza erguida, peleando hasta el final con sus ejecutores y haciendo llamados a expulsar a los invasores del territorio patrio, es decir, completamente alejado de la imagen del tirano derrotado y débil que los Estados Unidos querían presentar.

Así son los errores históricos.

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