Post amargosísimo
Dicen que México es "el país tipo", porque todos nuestros productos son "tipo" algo. Así, tenemos navajas tipo suizo, quesos tipo Manchego o Edam, radios tipo onda corta y sindicatos tipo democrático. El mío es uno de esos.
En estos precisos instantes está en marcha el proceso para renovar un Estatuto que nació en las luchas democratizadoras de los años 1960 y que fue retomado por el movimiento restaurador de 1976, pero que ahora estorba a las pretensiones dinásticas de un líder que le va pisando los talones a Fidel Velázquez, por lo menos en cuento hace a la permanencia.
Para que se den una idea del asunto, el proyecto de reformas estatutarias no se repartió anticipadamente , no fuera siendo que los Convencionistas decidieran analizarlo a fondo e impugnar sus excesos. Se los empezaron a leer a las dos y media de la tarde, y así se siguieron durante casi cinco horas. Luego los mandaron a casita para que mañana se lleve a cabo una discusión de mero trámite, donde los oradores críticos serán silbados y abucheados y los serviles, vitoreados.
Serán desechadas las propuestas tendientes a democratizar un proyecto electoral injusto, inequitativo y tremendamente amañado, o las que busquen establecer el derecho al voto libre, secreto y directo, las que intenten impedir la novena reelección de Hernández Juárez y todas cuentas busquen un mínimo resquicio para que se exijan transparencia y rendición de cuentas de nuestros recursos.
Por contra, se aprobarán sin cambios las del aparato, aunque representen la traición a nuestros principios básicos y luego se llevarán a la ratificación de la base que, a la hora de poner su nombre, expediente y centro de trabajo, se olvidará de su descontento y sus críticas.
Una vez establecida la presidencia vitalicia, tipo Elba Esther, se seguirán desmantelando las conquistas contractuales, como la jubilación, que ya no existe para los trabajadores de nuevo ingreso, gracias al llamado "Acuerdo Marco".
Y veremos con tristeza cómo se necesita urgentemente un poco del valor cívico que hace que la gente arriesgue hasta la vida por un ideal, como ese estudiante chino que se paró frente a los tanques en la Plaza de Tien an Men.
Aquí, en el Sindicato, no se pide tanto: tan sólo el arrojo suficiente para acercarse al micrófono y decir "No estoy de acuerdo".
Pero la sola idea de ser mal vistos, de que les nieguen un préstamo o les dificulten un permiso hace que muchos delegados prefieran callarse en público lo que afirman en privado.
Quién sabe si los sindicatos mexicanos tengan remedio. Son décadas de control corporativo por parte del Estado, de una densa trama de cooptación y represión que ahogan la vida democrática.
Hoy por hoy, los trabajadores somos los seres más indefensos frente a las arbitrariedades del poder. No podemos acudir a la CNDH, porque se nos excluyó de su protección, con el cuento del "respecto a la autonomía sindical", que no lo es frente al gobierno o los patrones, sólo ante los legítimos dueños de los sindicatos, los trabajadores.
Así, cualquier crítica, cualquier disenso son duramente castigados. La pérdida de los derechos sindicales, los castigo laborales, la pérdida del empleo y hasta la de la vida misma --como pueden atestiguar los maestros súbditos de Elba-- son empleados para acabar con las disidencias, mientras los sindicatos se van desangrando porque no se cubren las vacantes y se vuelven cada vez más irrelevantes en el panorama político. ¿Importa acaso la opinión de la UNT ante la escalada de precios, cuando el gobierno sabe perfectamente que no hará nada más que declarar, porque se debate en la más atroz impotencia y sus llamados a "paros nacionales" han sido como el parto de los montes?
Decía Engels que todo lo que existe merece perecer. Creo que los trabajadores de los grandes sindicatos históricos vamos aceleradamente por ese camino. En unos cuantos años más nuestros contratos colectivos habrán fenecido por inanición y seremos apenas un recuerdo para antropólogos, sociólogos y economistas. Nuestros líderes --caso Víctor Flores-- serán los herederos de cuanto conquistamos y dejarán a sus sucesores bien aprovisionados por generaciones.
Pero a nadie podemos culpar más que a nosotros mismos, porque los valientes viven hasta que los cobardes quieren.
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